Regreso a Reims, la película que explica cómo la extrema derecha absorbió a la clase obrera

 

Didier Eribon, nacido en Reims y biógrafo de Michel Foucault, fue rechazado por su padre. Su delito era su homosexualidad. Marchó a Paris y acabó sacando una plaza en la universidad. Tras la muerte de su padre regresó a su ciudad natal para reconciliarse con su madre y descubrió que aquel universo obrero, marcadamente comunista, había cambiado. Su madre había votado al Frente Nacional. Ese es el punto de partida de su ensayo, Regreso a Reims, mucho más clarividente que cualquier tertulia mediática, y que ahora ha sido llevado al cine por el director Jean-Gabriel Périot. 

"La idea de la adaptación del libro no es mía, es de una productora en Francia que no conocía. Me dio la oportunidad de volver a leer un libro que me gustaba mucho, pero al releerlo descubrí otras cosas, sobre todo la parte política sobre la irrupción del Frente Nacional en Francia", explica Périot en Madrid. La película es uno de los estrenos en cines de esta semana y uno de los títulos de Unifrance, festival de cine francés en Madrid con el que el país vecino promociona sus películas en el exterior.

Regreso a Reims es un relato íntimo que viaja desde principios de los 50 hasta la Francia de hoy y que demuestra cómo algo tan íntimo como la orientación sexual, el deseo o las relaciones familiares son eminentemente políticas y sirven para contar la evolución ideológica de un país. "Creo que la izquierda se debe interrogar sobre su historia y sobre sus fracasos, porque en muchos militantes siempre está la sensación de que todos lo han hecho muy bien, incluso cuando los resultados no son buenos", reconoce Périot. "Es necesario contar la historia de nuestro bando, la gran mitología de la clase obrera y mostrar, por ejemplo, que haber sido mujer de clase obrera no era genial, que había racismo, que no hay pureza y que si no empezamos por nosotros mismos a cuestionarnos nuestras contradicciones no las vamos a superar. Parece que ahora las cosas están cambiando algo, pero la izquierda sigue en la calle y no en los partidos". 

El director ya se había acercado al documental político en Nuestras guerras, donde ponía a un grupo de estudiantes a representar algunas de las huelgas más sonadas de la historia de Francia, entre ellas, el mayo del 68. Ahora utiliza distintos mecanismos audiovisuales para meter al espectador en ese barrio de Reims. Por ejemplo, imágenes de películas francesas donde se ha retratado a la clase obrera. Utiliza entrevistas de televisión, material casero, vídeos. Imágenes que avanzan con la voz en off de la actriz Adèle Haenel, a la que vimos en Retrato de una mujer en llamas. La idea de poner a una mujer narradora cambia la perspectiva del ensayo, pero era algo necesario, explica el realizador. 

"La película quería contar una gran historia de la clase obrera. Es cierto que se han hecho películas sobre obreros, fábricas y huelgas, pero se han interrogado poco sobre las contradicciones de la historia y sobre cómo era la vida de las mujeres. Queríamos dar a esas mujeres, que han sufrido una doble penalización, la sexual y la material, la posibilidad de tener una voz. No podían divorciarse, no podían abortar, no podían hablar. Me parecía importante traerlo", señala el autor. Este aspecto aporta al documental una dimensión actual, pues la izquierda vive el debate sobre cómo compaginar la lucha identitaria, la del feminismo, lo queer y el antirracismo, con la lucha material. "Antes del Covid los movimientos se dieron cuenta de que sin interseccionalidad no se iba a conseguir nada. Hay que luchar en todo momento en todos los ámbitos, pero esa diferencia no es nueva, pasaba en los 70".

Estructurada en dos partes, la primera aborda la historia de la abuela del autor, la historia de las mujeres de una generación y de su lucha. De lo personal a lo universal, de unas mujeres que vivieron la sumisión y resignación de los cincuenta y sesenta. La segunda parte es la más ambiciosa. En ella el autor indaga en por qué el Frente Nacional es el partido al que se aferran muchas familias de clase obrera. Un tema que está todavía más de actualidad que cuando se escribió y rodó el filme. Regreso a Reims pasó por Cannes hace un año y por el Covid ha retrasado su estreno, pero ese temor al avance de la extrema derecha ya estaba hace unos años. "Habría sido actual hace dos años y lo será dentro cinco años, porque creo que el Frente Nacional no habrá desaparecido y no creo que vaya a haber una revolución de la izquierda". 

"Yo vengo de una familia que se ha pasado de la izquierda a la abstención", reconoce Périot. Los chalecos amarillos, sin embargo, cambiaron eso. Con su explosión, que también aparece en el documental y que el autor no juzga, sus familiares empezaron a volver a interesarse en la política. "Cuando vi a mi familia involucrada pensé que era algo importante. Luego los partidos y sindicatos pasaban de ellos y también los intelectuales de izquierda mostraban distancia y arrogancia", añade el director que nació en una ciudad de astilleros del noroeste del país 

Regreso a Reims no solo trata de entender qué ha pasado en Francia, qué ha pasado en las últimas elecciones y qué puede pasar en el resto de Europa. Es también un toque de atención a los cineastas, la película muestra cómo ha sido la representación audiovisual de la clase obrera y cómo esa representación ha quedado en nuestros días. "La representación de la clase obrera en ficción se ha modificado", nos cuenta. "En los ochenta se hacía un tipo de películas pensadas para el público y, por tanto, para la clase obrera. Esas películas debían parecerse al público y además había una parte de la industria que estaba afiliada al Partido Comunista y hacían cine desde ese lado", recuerda. Ahora todo ha cambiado. Las temáticas de la clase obrera han ido desapareciendo del cine francés, salvo excepciones. "Cuando aparecen y vuelve a haber obreros hay un cambio terrible de discurso terrible. Está la caricatura del parisino que va a provincias y se burla de la gente que trabaja allí. Es un cine buenista que dice que el obrero y el patrón acaban reconciliándose y construyendo un nuevo mundo. Eso es mentira. Que si hay una huelga también es duro para el patrón y que si trabajamos juntos podemos reconstruye la sociedad y eso es inadmisible. Si nos tomamos aun cafe juntos lo resolvemos, eso es una tradición peor".

Quizá parte del problema está en que hay pocas personas de clase obrera contando sus propias historias. ¿Por qué cuesta tanto encontrar intelectuales francesas que vengan de la clase obrera? "Puede haber varias explicaciones. Hay una parte íntima y personal, que quizá les cueste hablar de sus orígenes. Es sorprendente que, en los últimos meses, Christophe Honoré, el cineasta, contó que venía de una familia pobre y problemática. Lo había escondido, tanto en su cine como en sus declaraciones. Quizá no es dácil en la industria del cine presentarte a los productores como el hijo de una familia pobre. En el cine francés gustan los pobres, pero siempre buenos pobres, con buenas maneras, que han ido al colegio y saben hablar, los tránsfugas de clase", explica el director. "Si uno quiere mantener esa posición conserva también su posición política, si eres de extrema izquierda y señalas las contracciones del propio sistema, te pones en una situación de minoría dentro de la industria y eso provoca que tus películas salgan adelante con mayor dificultad". 

Si la clase obrera francesa tiene dificultad para sacar sus películas adelante, tal y como señala este director, en España la cosa está peor. El sistema francés de cinematografía es envidiado en el resto de los países europeos por su potencia y diversidad. De hecho, el propio festival en el que se presenta la película es un ejemplo de su soberanía cultural. En Francia, Netflix tiene que producir un 20 por ciento de obra francesa, en España solo un cinco. Si entramos a comparar el dinero en ayudas, la diferencia es todavía mayor. Sin embargo, algo está cambiando con el gobierno de Macron. "El Covid ha acelerado un proceso que estaba llegando al fin de un ciclo", reconoce. "Somos uno de los países que tiene el lujo de producir muchas películas, de tener salas de cine y tener financiación para cada etapa de la película, pero a la vez estamos produciendo películas que ya no interesan a nadie. Con la falta de diversidad hemos llegado al final de un sistema. Mientras hay dinero, nadie se pregunta nada, pero con Macron, que es de derechas, puede que cambie la cosa y dejen de apoyar esas películas que no generan tanto beneficio. En algún momento van a cambiar las reglas del juego".

 

Pepa Blanes
Cadena SER
9 de junio 2022
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